viernes, 1 de abril de 2011

El Hechicero

 
Cuenta un viejo poema de sabiduría sin tiempo,
sobre un árbol joven que creció en el desierto.
Le faltaba corteza y estaba deshojado,
así como al alma del que nunca fue amado.

Un día lejano en los albores del mundo,
sin rumbo fijo erraba un vagabundo.
Caminante nocturno, solitario y silencioso,
los compañeros evitaban a este hombre misterioso.

En los pueblos las comadres susurraban por lo bajo,
desgraciados infortunios que ese hombre les atrajo.
Poco a poco fue creciendo en su fama de hechicero,
los suyos le dieron la espalda por esos rumores arteros.

Con el paso de los años su soledad se volvió carga,
se volvió desesperante la hambruna de su alma.
Bebió hasta la saciedad del mar de la amargura,
hasta llegar a las puertas del Reino de la Locura.

Andrajoso y arruinado, por sus pares condenado,
a ser olvidado por los dioses al desierto fue exiliado.
Creyéndose acabado caminó en busca de su muerte,
sin sospechar que eran los dioses quiénes dictaban su suerte.

La oscuridad de nubes tormentosas le nublaba la razón,
o quiza era el hambre que le atacaba el corazón.
Largas noches sin abrigo en la inmensidad de la nada,
fueron un duro castigo para el hombre sin morada.

Finalmente al arrojarse al corazón del torbellino,
fue capaz de vislumbrar el cambio en su destino.
En el ojo de la tormenta reinaba una luz etérea,
allí se alzaba el árbol, muy solo entre la niebla.

Arrastrándose lentamente a su sombra se inclinó,
y al percibir en la soledad del árbol la suya propia, lloró.
Sus lágrimas bañaron el suelo infertil hasta que cayó agotado.
Y el árbol, al sentir su contacto, supo que era quien habia esperado.

Las esencia de su alma se abrió paso por la tierra
y con sus raìces absorvio toda la fuerza.
Subio raudamente por su tronco la savia milagrosa
y con ella la magia engendró el fruto de la diosa.

Por vez primera en mucho tiempo, tuvo el hechicero un sueño agraciado
Grande fue su alegría al despertar y encontrarse renovado.
Pero mas grande aún que su dicha fue su sopresa
al contemplar en su árbol el nacimiento de la belleza.

Allí se alzaba ante él imponente en su verdor
y al mirar a las ramas fue cegado por el resplandor.
Los frutos dorados que al sol refulgían,
por magia creados su mirada atraían.

Entendio él el mensaje y el sacrificio aceptó
con el fruto de los dioses su hambre sació.
Con mucho cuidado plantó cada semilla
Un don por un don, que gran maravilla.

Un Olmo y un Fresno de origen incierto.
en el centro de un bosque que una vez fue desierto,
Se entrelazan sus ramas movidas por el viento,
para el que sabe mirar, el mejor monumento.

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